abril 26, 2010

Las Meninas


“Las Meninas”, de Velázquez es una curiosa y sumamente analizada obra que marcó un paso entre el barroco y los movimientos posteriores dado, según muchos, sus tintes impresionistas por la suma luminosidad, áreas lúgubres en el mismo cuadro y la pincelada suelta. Cabe decir, en opinión personal, que a pesar de que puedan surgir sinfín de análisis de ésta obra, así como de muchas otras y de diferentes artes como la literatura o la música, considero que mientras no exista un registro del autor mismo sobre el significado oculto de su creación, debemos abstenernos a considerar nuestras conclusiones como interpretaciones personales y he ahí, por lo tanto, cuando se realmente se respeta la magia del artista, esa que es capaz de recrearse de diferentes maneras una y otra vez cuando el espectador se adentra en la obra según la cosmovisión que trae consigo. Dicho esto de paso, me limitaré a hacer una interpretación personal después de haber leído el exhaustivo análisis de Michel Foucault, “Las palabras y las cosas”, que considero un tanto redundante por señalar la obviedad en varias ocasiones. Considero que muchas veces esto enjaula la dichosa magia de Velázquez, pero de igual manera nos ayuda a comprenderle mejor. Pues, ¿qué hacerle?
En el Museo del Prado, tuve la fortuna de apreciar “Las Meninas” en su esplendor de manera directa. Alzándose entre otras obras de Velázquez de la sala, este cuadro grande e imponente resalta; no por nada es considerada una de las mejores obras del pintor. Para apreciarle mejor, se debe de observar a una distancia considerable. Es entonces cuando notamos que las figuras toman un tamaño natural, la perspectiva nos absorbe y el maravilloso juego de luces nos hacen adentrarnos en la obra. Inmediatamente, observamos a  Margarita de Austria, pues la luminosidad, su mirada de noble y el lugar que ocupa en la composición es estratégico: la cabeza de los 11 personajes forman una espiral áurea –de divina proporción- y la infanta está en el nacimiento de la espiral. Once personajes y un perro hacen de la composición un dinamismo fluyente, donde cada cuál tiene un papel y nos ayuda a imaginar suposiciones sobre que es lo que ocurre en el momento y, sin darnos cuenta, nos encontramos en la misma escena, formamos parte de ella. Cuando se ve en tamaño real, la obra tiene una fuerza poderosísima. En lo personal, me daba la impresión de que la Infanta, su corte, los reyes, los enanos, y José Nieto –al fondo-, vivían un día un tanto común, hasta que algo llamó su atención y pausó sus actividades. Miran curiosos a aquél que los observa. Velázquez se inclina para apreciar bien lo que fragua y encapsulará en el lienzo. Lo ve directo a los ojos. Usted, sin estar consciente del todo, se convierte en el protagonista de la escena. Es mejor que sonría, probablemente Velázquez le esté pintando en ese mismo momento.